9 de julio

El show de luz y música que se ofrece en la histórica casa de Tucumán rememora en esta fría mañana. También hacía frío cuando la presencié. Con ingenuidad, con el crédito que uno concede, con la apertura de espíritu que demandan estas presentaciones se animan las escenas de mi memoria.
Es un hecho menor, una distración y obligación turística. No daña. El guión escolarizado mueve a sonrisas indulgentes. Casi religiosas.
El eje del discurso basa su lógica en la premonición. En la buena premonición.
Todos los protagonistas del encuentro recreado sospechan de la trascendencia histórica del momento. Los de adentro y los de afuera de la casa.
Los ruidos son sonoros, firmes, majestuosos.
Pasos de patriotas.
Las contestaciones tajantes.
Las conclusiones inmortales.
(pluralizando este texto)
Las luces iluminan con inteligencia para que las sombras de un pasado queden arrinconadas justamente donde está el público. Nos convertimos, los presentes, en anónimos fantasmas.
La HISTORIA se desarrolla frente a los ojos de nuestra imaginación disparada. No hay lugar para cada uno de los cuerpos vivientes. No es posible. Tenemos que quedarnos quietos, pasivos, impactados frente a tanto ACONTECIMIENTO.
Superado el show salimos a tomar algo caliente, compadeciéndonos de los infortunios y la fe de aquellos hombres que merecieron esta producción.
La Patria, la idea de Patria incluso, estaba en juego. Habrá terminado el mismo?
En tiempos carentes de héroes. Cuando la heroicidad no se necesita por fuerza de la realidad imperante. Cuando las ficciones se pueblan de superhéroes, como una ratificación de aquella ausencia.
¿Estaremos obligados a jugarnos en los hechos mínimos?
¿El show del futuro será a media luz y susurros?.
¿Seremos recordados por nuesta discreción?
En lo que va de la carreta y la diligencia al tren bala el hombre argentino, en su fusión de sainete y globalización, rememora y piensa que YA ESTÁ BUENA LA INDEPENDENCIA. Y se queda reflexionando por qué dice eso. Por qué?